IMPLICACIONES
PSICOLÓGICAS DEL MACHISMO
Parte 2
Uresti Maldonado, Katia C.
En
el artículo anterior se describió ampliamente el machismo, desde una
descripción muy general hasta su presencia en la actualidad, para dar pauta a
sus implicaciones psicológicas en esta segunda parte.
Y
no sólo se expondrán dichas implicaciones en la formación del hombre machista,
sino que además, se exponen las repercusiones y/o consecuencias psicológicas,
algunas propuestas de intervención y consideraciones para la práctica clínica.
Formación del hombre
machista desde la perspectiva psicológica
¿Cómo se forman hombres machistas? Como se mencionó anteriormente, desde
la concepción se depositan en el pequeño expectativas culturales respecto a su
sexo, que con el paso del tiempo el pequeño debe cumplir. Después de depender
totalmente de la madre durante meses, en el primer año de vida él debe aprender
a qué sexo pertenece e iniciar el proceso de identificación e imitación
(Castañeda, 2002), es aquí donde la figura paterna tiene una importante función
para que el niño asuma el rol masculino, pues servirá como modelo de las
actitudes que culturalmente se interpretan como masculinas (Hardy &
Jimenez, 2001). Considerando que el contexto del niño es la familia mexicana en
la que la supremacía y superioridad del padre es indiscutible y tiene lugar la
abnegación y autosacrificio de la madre (Diaz, 2006), es natural entonces que
dicho modelo patriarcal enaltezca la masculinidad como pilar de la estructura
familiar mexicana en donde toda actividad y/o conducta masculina es alabada y
fuertemente inculcada, incluyendo manifestaciones agresivas y de tipo sexual
(Giraldo, 1972). De esta forma a lo largo de su desarrollo, se le compran al
pequeño juguetes que refuercen y fortalezcan su masculinidad, es decir,
juguetes que se caracterizan por promover o propiciar mayor actividad física,
rudeza, fuerza, etc., como pelotas, carros de bomberos, juguetes de
construcción, muñecos de guerra, etc. (Díaz
& Rocha, 2011). Cuando llega a la adolescencia, el joven se identifica no
sólo con su padre, sino además, con modelos masculinos promovidos por su contexto cultural; es decir, se identifica con un hombre idealizado y
estereotipado difícil de alcanzar (Castañeda, 2002).
Durante esta etapa el signo de virilidad es hablar o actuar en torno a la esfera sexual; es decir, “quien posea información o experiencia en relación con asuntos sexuales es, inevitablemente el líder del grupo” (Diaz, 2006, p. 37). Lo anterior conduce a alardear e inventar historias sobre su potencia sexual y múltiples conquistas (Lewis, 1967). Aparece también en esta etapa la agresividad característica del machismo, pues mediante ella trata de mostrarle a los demás que él es “el más macho”, el más masculino, el más fuerte, el más poderoso físicamente; y
toda mujer espera que su amante sea el más guapo, el más valiente quien la
pueda proteger y defender de otros hombres, por lo que debe estar listo para
atacar y reaccionar verbal y físicamente cuando sea ofendido; y este poder lo
demuestra también a través del alcohol y el lenguaje obsceno. (Giraldo, 1972).
Ya entrando en la adultez, el hombre se encamina a la búsqueda de la
mujer idealizada con intenciones maritales, es decir, la mujer casta y
femenina; dejando la expresión abierta de la sexualidad exclusiva para amantes
y prostitutas (Díaz, 2006), lo que pasa a ser visto como natural por creer que
tienen mayor necesidad sexual (Giraldo, 1972). El papel del hombre adulto
dentro del matrimonio es de dueño y protector; y en el hogar su papel es de
proveedor, el “jefe de la casa” y de una indiscutible autoridad ante sus hijos (Díaz,
2006). Su papel de proveedor, lo lleva a tener una función importante, el
trabajo remunerado, lo que constituye el centro del respeto en la sociedad y
que además le otorga seguridad y autonomía (Hardy & Jiménez, 2001).
Repercusiones
psicológicas del machismo
De
acuerdo a las características y la formación del machismo anteriormente
descrita, se puede decir que algunas de las repercusiones psicológicas del
machismo son las siguientes:
A)
Estrés y tensión:
Vivir en base a la masculinidad es una fuente potencial de estrés y tensión
para muchos hombres, debido a la permanente preocupación del cumplimiento de
sus logros, el estar a la altura y alcanzar el éxito, rendir en los deportes o
bien, en el sexo (Eisler, 1995; y otros), así como cumplir con su deber de proveedor
familiar, pues en el ámbito laboral implicaría invertir mayor tiempo y esfuerzo
al trabajo, no estar emocionalmente disponible para la familia (Brooks, 1992;
Pleck, 1995), lo cual provoca estrés derivado de la sobrecarga de trabajo y la
discrepancia entre decidir lo que es importante para él (familia o trabajo)
(González, Peiró & Rodriguez, 2006). Es así como el cumplimiento de las
expectativas y demandas de la sociedad pueden llegar a provocar dolor y
sufrimiento, en la medida en que no se satisfacen con éxito (Kaufman, 1995).
B) Restricción
emocional: El
machismo establece una división en el trabajo afectivo de los roles masculinos
y femeninos, en donde algunas emociones le son permitidas al hombre y otras no,
lo anterior debido a la necesidad de los mismos de
alejarse lo más posible de los atributos femeninos para afirmar su masculinidad
en donde las emociones prohibidas de cada lado le serán asignadas al género
contrario. Así, las “emociones permitidas” para el género masculino serían
alegría, enojo, odio, deseo sexual y orgullo; mientras que las “emociones
prohibidas” serían el miedo, tristeza, ternura y vergüenza. Es común entonces
el enmascaramiento, es decir, cuando a los hombres se les prohíbe tener miedo,
en lugar de temor sentirán enojo (Castañeda, 2002) lo que deja como
consecuencia una fuerte restricción e inhibición emocional en los hombres que
posiblemente le imposibilite experimentarlas, expresarlas e incluso
identificarlas.
C) Dificultades en la comunicación: Se asume que los hombres son reservados“porque
así son los hombres” y se entra entonces en un círculo vicioso en el que las
mujeres hablan de más porque éstos se callan y ellas se encargan de decir lo
que en realidad les correspondería decir a ellos, y muchas veces los hombres no
expresan lo que desean por temor a mostrarse poco viriles o porque no deben
abordar temas “femeninos”, lo que limita la comunicación entre ambos (Castañeda,
2002).
D)
Dificultades en la pareja: la doble moral de la fidelidad dicta que al hombre se le
permite tener relaciones fuera de la pareja; esta regla crea y promueve toda
una red de mentiras que daña no sólo a las relaciones de pareja, sino también
las relaciones familiares, sociales y profesionales pues introduce además el
elemento de la falsedad, promueve la evasión de la responsabilidad y de sus
obligaciones familiares. Además, la división afectiva anteriormente mencionada
se ve reflejada en la pareja, pues como menciona Castañeda (2002) “hombres y mujeres comparten casa y cama,
pero en lo afectivo viven separados” (p.248).
E)
Culpabilidad y ambivalencia respecto a la madre: Cuando existe ausencia
afectiva del padre, para los hijos varones les es más difícil separarse
afectivamente de la madre, sienten la necesidad de acompañarla y protegerla y
acaban asumiendo responsabilidades que no le corresponden, y cuando crecen se
sienten culpables de “abandonarla”.
¿Qué se puede hacer?
Afortunadamente,
en la actualidad la sociedad demanda que los hombres desarrollen
comportamientos incompatibles con la hipermasculinidad (De Lemus & Moya,
2004), tal como mayor compromiso en las relaciones interpersonales, la
comunicación de emociones, compartir responsabilidades domésticas y crianza de
los hijos, así como limitar toda manifestación de agresividad y violencia
(Levant, 1996). Sin embargo, existen algunas medidas que se deben tomar en
consideración para erradicar el machismo y sus consecuencias, Castañeda (2002)
menciona algunas de ellas:
-
Licencias de paternidad: Que todo empleo considere el otorgamiento de licencias de
paternidad y horarios flexibles que les permitan a los padres involucrarse
afectivamente con sus hijos desde un principio. Dejar de monopolizar la
maternidad y asumir la capacidad del cuidado y atención de los hijos mediante
una paternidad mucho más presente, constante, comunicativa y amorosa.
-
Negociar y renegociar: en cuanto a la división del trabajo y tareas domésticas, responsabilidades
de la dinámica familiar, toma de decisiones y compartir información económica,
es decir, ingreso, ahorro, bienes, proyectos de gasto y lo que cada uno en
aporta económicamente al hogar si caer en las exigencias de dar lo que no esté
en sus posibilidades por el hecho de ser de un sexo determinado. Se sugiere que
en cada relación de pareja se divida el ingreso en tres partes: una individual
para cada persona y otra común para los gastos de la convivencia familiar.
-
Educación igualitaria: educar a los hijos de una manera menos estereotipada según
el sexo, fomentando en los varones características femeninas” y en las niñas
características “masculinas”; cambiar la concepción de los juegos infantiles,
es decir, promover que los niños de ambos sexos jueguen con todo tipo de
juguetes sin hacer distinción entre muñecas para niñas y pistolas para niños.
De igual forma, sería importante que las madres jugaran con sus hijos varones y
los hombres con las niñas para que ambos aprendieran gracias al ejemplo que no
hay juegos exclusivos masculinos o femeninos. Sería importante también proponer
sistemas educativos mixtos y no que se centren o enfaticen las diferencias
entre los sexos.
-
Reaprendizaje emocional: en lugar de prohibir emociones para cada sexo, es
importante aceptar que todos los seres humanos comparten sentimientos
universales. Es necesario entonces reetiquetar las emociones ya no conforme a
lo que se debe sentir, sino a lo que en realidad se experimenta.
-
Modificar los patrones de comunicación: correr el riesgo de hablar claro, de abordar
temas “femeninos”, de no engancharse en el silencio a manera de indagar qué le
sucede al otro ni esforzarse por adivinar cuáles son sus sentimientos o pensamientos verdaderos, ya que hacerlo significaría aceptar la carga de trabajo de la comunicación. Posiblemente si las mujeres no llenaran los huecos comunicativos de los hombres éstos se verían obligados a hablar más de lo que les sucede.
- Comunicación en la
pareja: revisar
periódicamente las necesidades sexuales y afectivas de cada uno en la pareja a
manera de resolver muchos de los problemas que afectan las relaciones.
Consideraciones
clínicas
Considerando
lo anteriormente presentado, el machismo dentro del ámbito clínico bien puede
ser un indicador de psicopatología o un elemento que contribuya a cierta
sintomatología en particular. El estrés, ansiedad, alcoholismo, trastornos
psicosomáticos, disfunciones sexuales, actos de impulsividad y violencia; etc.,
guardan en cierta forma una relación con los esquemas de pensamiento machista.
Por
ello, vale la pena indagar en la historia clínica, el proceso de socialización
e identificación con la figura paterna, así como del estilo de crianza y
dinámica familiar en la infancia y adolescencia; pues son éstos elementos los
que se encuentran implícitos en la formación de su identidad masculina y el comportamiento
actual que está en función de cumplir las expectativas de dicha identidad.
La
Psicoeducación sobre el machismo y sus esquemas de pensamiento sería de gran
ayuda y orientación, dando a conocer que se trata de patrones sociales y
culturales que promueven fallas en la comunicación, agresividad innecesaria,
evasión de la responsabilidad, y facilita la represión y proyección de
emociones; pero que sin embargo no son fallas irreversibles y que se pueden
modificar de manera efectiva para su bienestar.
De
igual forma, una reeducación sentimental y de estrategias de comunicación
resultaría efectiva, es decir, orientar a los pacientes masculinos a expresar
con precisión lo que están experimentando en lugar de recurrir a vagas
generalidades como “me siento mal” o “no sé qué me pasa”.
Elaborado por:
Psic. Katia C. Uresti
Maldonado
CLINICA
ICERP
Boulevard
Tamaulipas # 1530 Fracc. Sierra Gorda
Tel:
834-152-0040
Referencias
Brooks,
G. R. (1992). Gender-sensitive family therapy in a violent culture. Topisc
in family psychology and counseling 1, 24-36.
Castañeda
Gutman, M. (2002). El machismo invisible. México D.F.: Grijalbo.
De
Lemus, S., & Moya, M. (2004). Superando barreras: Creencias y aspectos
motivacionales relacionados con el ascenso de las mujeres a puestos de poder. Revista
de psicología general y aplicada, 57, 225-245.
Díaz-Guerrero,
R. (2003). Bajo las garras de la cultura. México: Trillas.
Diaz-Guerrero,
R. (2006). Psicología del Mexicano. Descubrimiento de la Etnopsicoloía . México:
Trillas.
Díaz-Loving,
R., & Rocha Sánchez, T. E. (2011). Identidades de género. Más allá de
cuerpos y mitos. México: Trillas.
Duque,
L., & Montoya, N. (2010). Características de las personas: Actitudes
machsitas. Documento preparado para el Programa de Prevención de la
Violencia y otras conductas de Riesgo PREVIVA. Universidad de Antioquia.
Medellín.
Eisler,
R. M. (1995). The relationship between masculine gender role stress and mens´s
health risk: The validation of a construct. En R. Levant, & W. Pollack, A
new psychology of men (págs. 229-252). New York: Harper Collins.
Fernández,
J. (1996). Varones y mujeres. Desarrollo de la doble realidad del sexo y del
género. Madrid: Pirámide.
Giraldo,
O. (1972). El machismo como fenómeno psicocultural. Revista Latinoamericana
de Psicología Vol. 4 No.3 Redalyc, 295-309.
Hardy
& Jiménez, E. (1966). La mujer delincuente. México: Pax.
Kaufman
, M. (1995). Los hombres, el feminismo y las experiencias contradictorias del
poder entre los hombres. En L. G. Arango , M. León, & M. Viveros, Género
e identidad. Ensayos sobre lo femenino y lo masculino (págs. 123-146).
Colombia: Tercer mundo S.A.
Levant,
R. F. (1996). The new psychology of men. Professional psychology: Research
and practice 27, 259-265.
Lewis,
O. (1967). Los hijos de Sánchez . México: Moritz.
Pleck,
J. H. (1995). The gender role strain paradigm: An update. En R. Levant, &
W. Pollack, A new psychology men (págs. 11-32). New York: Basic Books.
No hay comentarios:
Publicar un comentario